viernes, 10 de junio de 2011

Vidas paralelas

Inspirado en Con glamour

Te recibís con honores de Licenciada en Relaciones Públicas en una privada y gracias a la bolsa de trabajo de la facultad, conseguís laburo en una consultora. Usás aritos de perla, trajecitos sastre y zapatos de temporada y tenés el pelo super lacio porque te lo planchás todas las mañanas. Sonreís, sonreís y sonreís. Un día te ofrecen un puesto mejor en una multinacional y de a poco vas ascendiendo hasta ser directora de Comunicación. Tus colegas en el rubro te admiran por tu capacidad y compromiso pero también juegan apuestas para ver a quién te curtiste para conseguir el cargo. Te la pasás haciendo dieta y llamás todos los días a tu mamá. Vivís sola en un departamento y creés que a los tipos les espanta la imagen de mujer independiente y profesional y todas las noches te dormís llorando porque ya cumpliste 35, el tiempo pasa y no tenés hijos.


Te cortás el pelo bien corto y te teñís de platinado. Te cambiás el nombre a Marlene y te vas a vivir a Ibiza. Laburás de camarera pero decís que en realidad es temporario porque sos actriz. El dueño del bar te tiene un poco de lástima y te alquila el altillo para que vivas ahí y todas las noches invitás a dormir a un tipo distinto. Todos son turistas. No tenés mucho de qué hablarles porque todo lo que hacés es atender el bar, pero no importa porque en general tampoco les entendés el idioma. Cenás pastillas y desayunás tequila hasta que un día cumplís cuarenta y te das cuenta de que se te cayó el culo, te salieron arrugas y los tipos ya no te miran. Te volvés resentida y amarga y seguís limpiando vómito en los baños hasta el fin de tus días. Te morís en un accidente de autos y nadie reclama el cuerpo.

Terminás el secundario y conseguís trabajo de secretaria de un estudio jurídico cerca de tu casa. Es un lugar chiquito, pero la plata te alcanza para darte algunos gustos y te parece bien no tener que viajar al centro. Te ponés a salir con el vecino de la vuelta, ese que conocés desde niño porque jugaban en la calle juntos e iban al mismo colegio. Al año se comprometen y seis meses después se casan. Él trabaja con el auto -a veces haciendo repartos, a veces de remís- y de a poco van ahorrando para dejar de alquilar y construirse una casita en el fondo de lo de tus viejos. Quedás embarazada y dejás el laburo en el estudio para poder atender a tu futuro hijo y ocuparte de la casa. Después tienen otro hijo y otro y otro más. A vos te encantan los chicos y los mirás crecer embelesada. El día más feliz de tu vida es cuando te enterás de que vas a ser abuela.

Renunciás a tu laburo de periodista y te ponés a dar clases de audioperceptiva en tu casa. Te sabés el Hindemith de memoria, ganás un tercio de lo que ganabas antes y trabajás el triple de horas. A veces la aventura de la independencia se te hace cuesta arriba y extrañás la comodidad del sueldo fijo del 1 al 5, la obra social y los aportes. A veces te acordás de todo lo que puteabas y de lo poco que servís para recibir órdenes y te felicitás por tu decisión. De a ratos asumís que te gusta la docencia y que si lograste cambiarle un poquito la vida a alguien te quedás contenta. “No tienen que ser todos, no tiene que ser todo el tiempo -te decís-. Con que pueda ayudar a una persona un día, una vez, es suficiente”. Nunca sabés si tomaste la decisión correcta, pero toda esa incertidumbre te garpa más que la certeza de estar muriéndote de a poco abajo de los tubos fluorescentes y el aire acondicionado de la redacción.

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