domingo, 31 de mayo de 2009

Que contra gustos, no hay disputa

Una tarde típica hace la plancha en la redacción del San Telmo empedrado, el infame. Teclean con dos dedos los redactores analógicos, suenan los teléfonos que nadie atiende y gritan sus alarmas repetidas los colegas televisivos que todos critican abiertamente pero envidian en secreto. "Caos de tránsito" y "Diluvia en Buenos Aires" son sus titulares preferidos. Un columnista se enoja (tanto como se pueden enojar los señores cuando están enfundados en un traje) y explica pormenores de un procedimiento penal con rigor de verdá milaneseril.

- ¿Hablo yo o pasa un tren? Pasa un tren...untrén untrén...untrén untrén...- suelta desde el púlpito jefe megalómano mientras quizás comenta algo de la tele, le contesta a un interlocutor imaginario o discute con alguna de sus otras personalidades, quién sabe.

- Vos sabés que allá los trenes no hacen ruido- interrumpe, didáctico, jefe canciller.

- ¿Allá dónde?

- En Barcelona. Porque tienen un sistema, me contaba una vecina, que...

El monólogo colectivo continúa. Posiblemente se sumen nuevos participantes y nuevos temas. Si usté es un amante de este fenómeno, recuerde: la clave es esperar que el otro se calle para introducir un comentario. No importa el tema, sólo el sentido de la oportunidad. ¿Le preocupa que adviertan que sólo quiere hablar para experimentar el éxtasis de oír su propia voz sin importar que exista cualquier tipo de coherencia con lo que se dijo antes? Quédese tranquilo: el otro tampoco lo está escuchando.



Ilustración: Cubeta

jueves, 28 de mayo de 2009

Puente

-Cómo hablan ustedes-, dice él y se sorprende al ver por enésima vez cómo se reconstruye el puente indestructible que todas citamos alguna vez en cuadernos rosas. Las mujeres somos cuando contamos, cuando escuchamos a la otra reinventarse en su relato, cuando la dejamos tejernos también un poco. Una mujer que cuenta siempre puede ser otra y ahí está en parte la maravilla.
Ella habla y el aire vibra y estallan relámpagos azules cada vez que pestañean sus ojos de muñeca. Ella hoy me quiere contar historias de tipos borrachos y se entusiasma de mentira con ese que le dijo bomboncito. El azúcar (¿o será la madrugada?) nos va poniendo suaves. Pasan tipos frente a la ventana y las dos nos incorporamos, la espalda derecha y las piernas cruzadas -como en el colegio-, y les regalamos una sonrisa como si de verdad nos importaran.

viernes, 22 de mayo de 2009

Desplazamiento

¿A quién te estarás dirigiendo realmente cuando te sorprendés gritándole "dejame en paz" al gato?

miércoles, 20 de mayo de 2009

Aún

Todavía es temprano para los cientos de automovilistas que cooperan sin saberlo acaso en Libertador, en Alvear, en Cerrito para mantener el aire libre de bocinas. Es de día porque ya dejó de ser de noche pero un día clase B, sin sol, sin siquiera un celeste que prometa postal. El cielo es una pasta sucia y gris. Todavía no son las 8 y ya ruge Paluch pero así y todo el monstruo duerme y aprovechemos que ahí arriba hay papel maché húmedo, luces rojas, hojas verdes sacudidas como el flequillo de esa chica de campera que tiembla en el boulevar, manos en los bolsillos, balcones con ventanales y un tender que se muere de ganas de participar en el desafío de la blancura. Todavía en las cocinas dura el olor a café y a tostadas pero Gianola a esta hora es peor que Paluch, si es que algo puede ser peor para mis lagañas que Paluch a esta hora, con sus reflexiones de best seller, su tono de intelectual congestionado, su crispación velada de te lo dije pero nunca me escuchás, de tipo comprometido pero vaya a saber con quién, su frente alta, bien alta en el éter y su aire seudo superado de gurú wannabe.

viernes, 8 de mayo de 2009

Mundo animal

Tener un perro es como tener un empleado. Alguien que obedece, que agradece, que agacha la cabeza. Alguien que intenta pasar desapercibido cuando estás enojado, que se alegra con tu dicha, que se mueve en tu misma sintonía. Tener un perro es saber que cada orden será acatada, que cada pedido será satisfecho, que a a le corresponde b, que el conductismo funciona. Tener un perro es sentirse dueño como en el comercial del Hipotecario. Tener un perro es una certeza.
Tener un gato es como tener un socio. Alguien con el que a veces estás de acuerdo, pero la mayoría de las veces no. Alguien al que si le gritás, grita más fuerte o te deja hablando solo. Alguien con sus propios intereses, que no son iguales a los tuyos pero que muchas veces coinciden y ahí te acordás en qué carajo estabas pensando cuando empezó todo esto. Tener un gato es tener preguntas, es andar a tientas por el mundo, es llegar a la conclusión de que la confianza es solamente un comodín de los marketineros a la hora de llenar informes trasnochados. Tener un gato es acordarte de que no todo depende de vos ni ocurre porque a vos se te ocurre.

sábado, 2 de mayo de 2009

Insight

Ese jueves a la tarde ella decidió que había terminado el inventario de sus ausencias (las de él). Tenía de las físicas pero sobre todo, tenía de las otras, las de cuerpo presente pero ojos lejos, las manos ocupadas, la luz azul de la tele o del monitor de refilón en la cara, un ajá en la boca y la cabeza llena de pajaritos.
Ese jueves a la tarde –llovía creo-, ella se dio cuenta de lo bien que había aprendido a arreglárselas sola. Se dio cuenta de que se la había tragado un eterno mientras tanto, un espere en línea por favor, un pida turno, un haga cola, un tengo el 103 y por más que doy vueltas y vueltas siguen llamando al 67.
Ese jueves ella se dio cuenta. Y juntó sus cosas y chau picho, au revoir monsieur, si te he visto no me acuerdo.

Otro jueves a la tarde él le iba a contar a un amigo:
- Cristina se fue. Ni idea qué le agarró, no sé, no dijo nada. Y eso que estábamos bárbaro...
- Ajá-, dijo el otro, mientras giraba la cabeza para seguir mirando el partido.