viernes, 15 de abril de 2011

Switch


La importancia de las cosas no es una cuestión de grado. No hay cosas que importan y cosas que importan menos y cosas que importan casi nada y cosas que no importan, no. Hay una o la otra. Todo bien con los grises que le quedan bárbaro a los inspectores de tránsito de provincia, pero acá no.

A veces hay cosas que importan y de un día para otro, con razones o sin, dejan de importar. O viceversa, hay cosas que de repente y sin mediar explicación alguna, se hacen con el puesto uno de nuestras (pre)ocupaciones. Cualquiera sea el caso, el cambio hay que hacerlo con un interruptor. Te importa, no te importa más. O al revés.

Cualquier otra cosa que pase en el medio -que te importe poco, que te acuerdes a veces, que lo estés meditando- es una pérdida de energía inútil y no sólo te hace mal a vos sino que puede conducir a la entropía y a la muerte térmica del universo (ponele). Así que ya sabés, es como sacarse una curita: le das al switch y move on.

viernes, 1 de abril de 2011

Fragmentos de cartas que nunca voy a escribir III

Hoy te extraño especialmente. Extraño esa forma lisa que tenés de ir por la vida, extraño que no creas que el mundo te deba explicaciones. Si fuera brasileña (y lejos están de serlo mi piel transparente y mi apellido con demasiadas consonantes, pero soñar no cuesta nada) te diría que tengo saudade de esa especie de acuerdo tácito nuestro de no tener-que-hablar. No nos contamos cada segundo de nuestras vidas, no filosofamos, no debatimos, no nos ponemos al corriente. No somos esos.


Y no es que no me guste hablar con vos, no es que no sonría sola cada vez que me acuerdo de tus anécdotas de riñas callejeras o de cuando me enteré de que apilás las remeras ordenadas por color, la más oscura abajo, la más clara arriba. Pero no hay en eso ningún casillero que llenar, ningún deber de que la vida nos transcurra subtitulada. Puedo arriesgar sin jamás haberte preguntado que la sola idea del “tenemos que hablar” se te antoja tan o más vergonzante que la pereza o la falta de sentido del humor.


Como te decía, no sé si me harté, si me hartaron, pero son días en que todo este exceso discursivo me da náuseas. Todo se dice, se relata, se debate, se analiza, se explica. Capaz es el gremio, el viejo y nunca bien ponderado gremio, acostumbrado a comer de eso que se puede contar y a contar incluso lo que a veces no se puede, para comer. Capaz es la puta inseguridad, la tilinguería de andar siempre pendientes de lo que el otro piensa, siempre tratando de convencerlo para que diga lo que queremos escuchar o algo que, por lo menos, no haga daño.


La cosa es que de tantos “tenemos que hablar” y tantos “vamos a tomar un café así te cuento” tengo los ovarios por el piso. Me deprimen los show off monologueros y los argumentos de Polémica en el bar y quisiera que por una vez todos dejaran de hablar tanto y empezaran a decir algo. Y te extraño. Extraño que el silencio sea parte del código y no una incomodidad. Extraño que la cosa pase por otro lugar. Extraño la paz de saberte ahí, en algún lado del universo, y que vos me sepas. Y que a veces nuestros lados coincidan. Y listo.