sábado, 26 de diciembre de 2009

Confusión II

Caballero, si se ve en la necesidad de formular la pregunta "¿te puedo dar un beso?", es porque la respuesta es "no".

Keep working.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Los años bonus track

Así, en líneas generales, las cosas que se festejan los días que se supone que hay que festejar cosas me dan urticaria. Caprichos de almanaque, ridículas formas de organizar el goce, las desdichas, de sacarnos de encima los duelos, de darles horarios de oficina. Desconfío del que me saluda “porque es el día de”, de los que se regalan chocolates sólo el catorce de febrero o la primera semana de julio y de los que se juntan a emborracharse en nombre de un santo irlandés.

En resumen, me ponen los pelos de punta aquellos que se enredan en ritos como quien renueva un plazo fijo. Sé que parte de todo este quilombo que llamamos sociedad tiene su razón de ser en esas costumbres que –Borges siempre lo dice mejor- nos repiten y nos confirman como un espejo. Pero si me dan a elegir, me quedo con la flor espontánea y el abrazo porque sí.

Ahora, resulta que en líneas particulares algunos aniversarios pesan. Y en esta época del año pesa saber que te quisiste ir del todo, pesa saber que aunque no pudiste, existió ese flashazo, ese instante de prescindencia absoluta en el que nada de todo esto fue lo suficientemente importante como para que te quedaras. Pesa saber -ahora que miro para atrás, porque entonces dicen que no había forma de que me diera cuenta- que estabas tan triste y te sentías tan solo y tenías tan poca fe en que pedir ayuda iba a hacer más liviana tu cruz.

Ese lunes de diciembre había sol y un cielo celeste con olor a verano y me dijiste que había mate recién hecho por si quería tomar. Seguro cruzamos un hasta luego y me fui a trabajar con la abulia que trae cualquier lunes -porque para mí era un lunes cualquiera- y aún hoy no sé si ya sabías, si ya habías decidido que no querías más luego para vos.

La tarde trajo teléfonos que nadie contestó. La noche trajo el miedo, que aturde y se siente amargo subiendo por la garganta. Y corrí por el pasillo y la perra hacía guardia a tus pies y ella dijo que respirabas y yo busqué los números de emergencia. Y vinieron médicos y me acuerdo también de un policía y un poco después hubo que tomar decisiones que nadie está preparado para tomar. Y hubo tardes en que cosí ropa con tu nombre, otras en que te llevé un libro aunque odiás leer y hubo una en un café en que te juré que la próxima te ibas a morir de viejo.

Y hubo gente que se borró, gente que no entendió, gente que no supo qué decir y está ok: hay protocolos para la muerte y para las enfermedades, pero no para esto. A los familiares de los muertos se les desea el pésame, a los enfermos se los visita y se les lleva flores. Pero acá se quedaron sin guión y a falta de un abrazo o un gesto de cariño, decidieron mejor esperar a que ver qué pasaba. Y qué mal tener que darse cuenta de que al fin y al cabo todo siguió -peor, seguro, pero siguió- sin ellos.

Y aunque es muy probable que nunca leas esto y es más probable que tampoco me anime a decírtelo, escribo porque todos los días me levanto esperando que me llames y me digas que vas a venir a conocer mi casa. Y que vuelvas al taller y a pasar las tardes sentado en la vereda en patas. Y sé que es muy difícil que eso pase y si lo pienso mejor, en el fondo me importa tres carajos. Hoy me importa que nos tenemos. Y festejo que te hayas quedado estos cuatro años y ojalá que vengan muchos muchos más.