viernes, 3 de febrero de 2012

Las uñas

Me habían crecido las uñas. Me las había cortado ese día en el que el tipo me iba a llamar para vernos y ya me habían crecido de vuelta. Lo de cortarse las uñas fue un rapto ansioso de prolijidad, una manicura a la inversa, costumbre de las épocas en las que tocaba el bajo y era cómodo tenerlas cortas-bien-cortas. 

Me había puesto también el vestidito de breteles y volados, ese que me obliga a no usar corpiño. Tener treinta se trata de usar cada vez menos corpiño. Es una celebración de lo inevitable: hacés números y te das cuenta de que lo mejor de tu vida ya pasó, que entraste en la parte descendente de la curva, que se te cae todo, que estás cansada y que lo que viene no es más que un refrito maquillado de experiencia, ese fabuloso eufemismo del aburrimiento. 

Me había puesto unos aritos con piedras. Se supone que las piedras tienen propiedades que sirven para sanar problemas específicos, pero a mí me gusta comprarlas al revés: elegirlas de un color que me parezca lindo y después investigar qué pueden hacer por mí. Ese día les había tocado a unos aritos de cornalina, una piedra rojiza que -dicen- ayuda a liberar la voz. Ah, sí. Las obviedades pasmosas de la vida. 

Te decía: me había cortado las uñas, me había peinado, había elegido los aros, me había puesto perfume y un vestidito veraniego. Había desperdiciado tiempo y expectativas. Otra vez. Y como si fuera poco me había pintado los labios. 

Esa tarde pasó a saludarme un ex compañero de trabajo, un caballero corrosivo al que ocasionalmente me veo tentada a describir como amigo, pero lo evito porque no nos gustan los sentimentalismos. Hace tiempo que no nos veíamos y me di cuenta de lo mucho que extrañaba su voz, su timbre, su cadencia al hablar. 

Caminamos, lo acompañé hasta la plaza y le conté los highlights de mi vida reciente a los gritos y en cinco minutos. Le pedí su opinión y le dio el visto bueno al vestido, junto con un rosario de posibles explicaciones para la ausencia de llamado. Me dijo, básicamente, que el tipo era un bobo y que tenía una vida demasiado complicada. Lo dijo más elegante, porque él es así, elegante. Me dio también su condescendencia y un abrazo.

¿Qué te estaba diciendo? Ah, sí: me habían crecido las uñas, me había crecido el pelo, me estaba por venir, me tocaba depilarme de vuelta, retocarme la tintura. La luna iba a cambiar y me iban a pagar el sueldo otra vez y yo a su vez iba a pagar las cuentas. Todos los ciclos se iban a repetir, porque eso es lo que hacen los ciclos: se repiten. Y nosotros nos íbamos a prometer un café. Y a mí me iban a crecer las uñas.