sábado, 28 de mayo de 2011

Timidez

Es que soy tímido, me dice el tipo que veinte minutos antes rodaba como un poseso por el piso del escenario. Dice que le preocupa que el tema de rodar por el piso y sacudir un poco la melena haga que sus alumnos le pierdan el respeto en horarios de oficina. Me lo dice dos veces, y empiezo a pensar que le preocupa en serio y no just for making conversation.


Trato de explicarle que hacer cosas que nos gustan y hacerlas bien debieran ser credenciales suficientes, pero no me cree. Me agradece, pero en el fondo no me cree. Quiero insistir, pero tampoco es cuestión de que lo tome como una tirada de flores berreta, y la dejo pasar. Ahora explicame vos cómo perderle el respeto a la pasión, si es lo único que nos levanta de la cama cuando al mundo se le acaba la rosca. Explicame cómo hacer para no contagiarse de esa cosquilla en el pecho, de ese momento en el que el que se conmueve te conmueve y todos somos invencibles por un rato. Ves, no hay caso.


El tipo insiste en que es tímido pero por más que miro y miro, yo no veo timidez at all. Veo un señor de sonrisa transparente, de esos que mis gatos dejarían pasar a casa sin problemas y les dormirían a los pies. La de los gatos es una aduana que funciona perfecto: te aman, te odian o te ignoran y es todo lo que necesito saber.


Ahora en escena un pibe canta Lithium pero no le pega a una puta nota. No, nene, Lithium no. Si vas a hacer mierda un tema de Nirvana que sea, no sé, Tourette´s, que si desafinás a quién carajo le importa. Empiezo una pelea interior contra mi prerrogativa rockera de quedarme a ver lo que hacen otros en las fecha compartidas, pero los pifies me duelen en el cuerpo. La nazi de la técnica le gana fulero a la optimista solidaria y me voy.


Salgo a Cabildo, me tiro en un taxi y el taxista me cuenta los histeriqueos de su última conquista. “No sabés lo que me pasó hoy”, arranca y se ve que es uno de esos días en los que ando con el cartel de “te escucho” en la frente y nunca me entero. El viaje es corto, pero el tipo me tiene de rehén por el retrovisor y yo de vez en cuando meto un ajá o un sí claro para no sentirme tan violada. “El tema de los límites es jodido”, tiro a modo de conclusión y casi que me estoy hablando a mí misma. El tachero no caza la onda divanera ni ahí. Me bajo.


Ya casi no quedan de esas voces, hablo sola mientras pijameo con el té en la mano. Voces que te envuelvan, que te fascinen como a las cobras encantadas. El tipo que dice que es tímido tiene una de esas voces. El tipo canta intenso y feroz y hay algo en eso tan primitivo y peligroso como el fuego, que seduce pero que obliga a tomar distancia, por las dudas. Termino el té y me voy a dormir, pero antes pienso en el tipo que dice que es tímido y en que me gustaría prestarle mis ojos un rato para que se vea y nunca más vuelva a dudar.

No hay comentarios: