domingo, 24 de julio de 2011

Downgrade

El pibe que se parece a Thom Yorke tiene novia. Los vi juntos en el bondi, mientras él sacaba boleto y ella elegía los asientos. Se sientan uno al lado del otro (ella va en el de la ventana) y el gordito sidekick va atrás. Pobre, el gordito sidekick se transformó en el hijo del matrimonio anterior y sus anécdotas de gerentes y decisiones corporativas de último momento ya no tienen tan buena recepción. Pero él persevera, es lo que mejor sabe hacer.

El pibe que se parece a Thom Yorke ahora que tiene novia sonríe y no se parece tanto a Thom Yorke. Conserva la blondez desabrida, pero le suma una sonrisa boludota que lo hace más parecido a Jack Johnson. Y sí, el amor te hace mierda, qué querés.

sábado, 16 de julio de 2011

The road not taken

A @hardtore, mi copiloto preferido en los naufragios


Me ibas a invitar a tomar algo. Vos ibas a pedir un café con leche y yo un té con limón. “Pero limón en serio, no me vas a traer Minerva que te lo devuelvo”, le iba a aclarar yo a la moza, que iba a ser una niña en sus primeros veinte, con modales rudos y pretensiones de diseñadora gráfica o actriz de cine. Mientras nos traían el pedido, seguro te iba a hablar de mis gatos pero no mucho para no aburrirte y te iba a matar a preguntas sobre esa mitad de tu vida que ya pasó y que no conozco porque no estuve ahí. En algún momento nos íbamos a encontrar con un silencio incómodo pero me lo iba a bancar como una dama porque ya estoy grande y porque lo iba a aprovechar para mirarte un poco las manos, un poco a la boca. Sí, la boca un poco bastante. Tal vez me acomodaras la silla o me ayudaras a ponerme el tapado o me abrieras la puerta, tal vez tuvieras alguno de esos gestos anticuados que yo iba a comentar después entre risueña y sorprendida con alguna amiga.

Íbamos a ir al cine, a ver alguna de Woody Allen, la dosis de cultura light necesaria para poder jugar al análisis intelectual después, más desde el sentido común que desde el posgrado en filosofía. Nos íbamos a rozar los brazos entre las butacas, tal vez las manos. Nos íbamos a hablar al oído, a mirarnos a los ojos en la penumbra, íbamos a encontrar el perfume en el cuello del otro. A la salida, el argumento de la peli nos iba a dar la excusa para hablar de la vida, de otras gentes, tal vez de alguna historia de amor fallida del pasado, que íbamos a transformar en una anécdota graciosa para hacernos los superados. Posiblemente hiciera frío y me acompañaras hasta la parada del bondi o hasta una esquina a tomar un taxi. Posiblemente el frío te diera una excusa para abrazarme. Y se iba a sentir bien, conocido, como si ya nos hubiéramos abrazado en otras vidas, en otros tiempos, siendo otros pero los mismos. Nuestras bocas se iban a rozar de a poquito y me ibas a besar como pidiendo permiso y yo iba a sentir que salía el sol, que llegaba la primavera, que una bandada de palomas inundaba el cielo, que sonaba una big band, que cambiaban las mareas, algo de todo eso o todo eso junto. Iba a estar bueno.

Te ibas a reír de mis chistes, de mis arranques de ira de uno a cien en un segundo, y sin darte cuenta ibas a encontrar extrañamente atractivo mi timbre de voz agudo sin agudos, mi inglés a media lengua de sitcoms, mis palabras sueltas y mal aprendidas en ucraniano, mi fascinación por la ortografía y los vampiros, mis citas a Solari, mis puteadas, mis pelos de colores y mis zapatillas agujereadas. Yo iba a escuchar todos los discos de tus bandas favoritas, iba a aceptar que me prestaras alguna novela de ciencia ficción que te haya fascinado mucho y que después me iba a dar paja leer, iba a prestar atención a tus anécdotas del colegio, de partidos de fútbol cinco, de tu infancia en algún barrio medio pelo del Oeste hoy venido a menos gracias a los periodistas de Policiales. Nos íbamos a contar esa parte de los noventa en la que fuimos a ver bandas todos los fines de semana y tomamos birras en esquinas y viajamos distancias ridículas en micros ilegales a ver shows en tugurios más ilegales aún, mosaicos de una época inocente a la que todavía no habían llegado los muertos ni los certificados de habilitación.

Un día nos íbamos a despertar abrazados sin poder recordar cómo era dormir solos, un día los planes iban a empezar a ser de a dos y los llantos del otro, nuestros llantos. Una tarde de mates interminables te iba a contar sobre Padre y me ibas a prometer que nada más así me iba a pasar y me ibas a curar con abrazos. Un día nos íbamos a dar cuenta de que nos entendíamos y le íbamos a hacer un lugar definitivo al otro, no en un cajón, no en la agenda, un lugar de verdad en esos quilombitos particulares que llamamos vida. Un día íbamos a decir nosotros y hasta, capaz, en una de esas, se iba a parecer al amor. Pero todo eso iba a pasar si me mirabas, si por un segundo levantabas la vista de tus pies o de tu ombligo y de verdad me mirabas, si dejabas de esconderte en tus inseguridades como el linyera que se tapa con diarios cuando duerme en un banco de plaza, como el que usa lentes negros, como el que cuelga el diploma en la pared. Pero ahora te quedás ahí con tu ombligo y tus zapatos, con tus lentes de sol y tus saberes, con tu tarima de cartón pintado y te perdés una buena historia que contarles a tus nietos, esos que vas a tener con otra.

Chau, querido, que te vaya bien, eh. Te juro que habría estado bueno.

sábado, 2 de julio de 2011

Soltar

Ah, el mágico instante en el que dos personas llevan un tiempo discutiendo acaloradas y una le dice a la otra "y sí, visto así, la verdad que tenés razón", mientras por dentro piensa "curtite, forro".

Bendita sea la dignidad del abandono, esa victoria moral del que cede y se libera de aquello que le consumía demasiado tiempo y demasiado esfuerzo.

Bendito el que se permite límites y dice hasta acá llegué, hasta acá dí, para vos no tengo más.

Bendito ese rapto de lucidez que nos permite entender que hay que dejar ir las cosas (y los sentimientos y las ideas y las personas) para que vuelvan o -tanto mejor- para que vengan nuevas.

Y bendita la certeza de que ni un ápice más de nuestro pensamiento se irá en eso que nos malgasta el alma.

Ah, el maravilloso momento de soltar. Y soltarse. Y repetir como un mantra: "Curtite, forro. Y vos, y vos, y vos y vos también. Cúrtanse todos. Que si esto no es la paz, se le parece bastante".