lunes, 21 de septiembre de 2009

Dixit I

As Harold took a bite of Bavarian sugar cookie, he finally felt as if everything was going to be ok. Sometimes, when we lose ourselves in fear and despair, in routine and constancy, in hopelessness and tragedy, we can thank God for Bavarian sugar cookies. And, fortunately, when there aren't any cookies, we can still find reassurance in a familiar hand on our skin, or a kind and loving gesture, or subtle encouragement, or a loving embrace, or an offer of comfort, not to mention hospital gurneys and nose plugs, an uneaten Danish, soft-spoken secrets, and Fender Stratocasters, and maybe the occasional piece of fiction. And we must remember that all these things, the nuances, the anomalies, the subtleties, which we assume only accessorize our days, are effective for a much larger and nobler cause. They are here to save our lives.

Stanger than fiction, de Marc Forster (2006)

sábado, 19 de septiembre de 2009

Confusión I

Y hay gente que cree que para conseguir explicar la ley de gravedad sólo hace falta dormir abajo de un árbol hasta que te caiga una manzana en la cabeza.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Como Bridget, pero mal

Quedarse dormido apesta, pero más apesta querer lavarse los dientes y salir rápido a la clase de Pilates y no tener agua y entrar en crisis y llorar a los gritos para descubrir cinco minutos después que el agua volvió y nada es para tanto.
Llego tarde a terapia y a la psicóloga casi que le gusta creer que es síntoma de que estoy logrando cagarme un poco en el “hay que”. En una hora me espera la redacción, esa cueva de edificio colonial en ruinas, con más tubos fluorescentes que ventanas.
La tarde promete contractura, hecha de estar mal sentada y tipear mientras hablo por teléfono. Pensar que la tecnología avanzó tanto y seguimos haciendo notas telefónicas como en los ´70. Me cago en la Internet WI-FI, los megapíxeles y las ecografías 3D.
El escritor con el que hablo supo ser creativo publicitario así que no para de escupir eslóganes. Listo, la titulo fácil con un textual y me tiro adentro del primer taxi que pase.
Son las diez y media de la noche y sigo en el hall de un teatro contándole a Miguel Ángel Rodríguez cómo dejé de fumar. El tipo me clava la vista fijo mientras se devora un Marlboro, suda mares y pregunta si estoy grabando. Todos –la prensera, los familiares y yo- coincidimos en silencio en que es una buena hora para irse a casa.
A pesar de todo, hay buena onda y consigo lo justo para terminar la nota. Es un buen cierre para un día tan malo, pienso mientras el taxi cruza el Bajo y media hora después sube por Loreto, justo a tiempo para cenar congelados y ver Seinfeld.